lunes, 30 de abril de 2007

La espera

Lo que sigue es el tímido intento de escritura poética, de un tímido intento de escritor. Los lectores comprensivos sabrán disculpar los errores, pero sólo el tiempo hará justicia y condenará a este texto al olvido.


A Mitxu, el Hada Mística que encarna a todos los arcanos de las Musas.


LA ESPERA

En diez décadas estaré muerto
mas no se puede impedir
que los hados sucumbir
nos hagan, ganándonos el entuerto.

Sólo la Fortuna puede dirigimos,
ante un fatal Destino atroz
cubriéndonos como albornoz
y levemente dirimirnos

Las Parcas, oscuras damas tejedoras,
decidirán por fin cuando sea la hora
de visitar el terrible Hades

y allí esperará Hermes con sus llaves
para adentramos en la ciénaga, como peones,
y pasar en tinieblas el resto de nuestros eones

jueves, 26 de abril de 2007

Tres relatos fantásticos

UN AUTÉNTICO FANTASMA
¿Habría algo más prodigioso que un auténtico fan­tasma? El inglés Johnson anheló, toda su vida, ver uno; pero no lo consiguió, aunque bajó a las bóvedas de las iglesias y golpeó féretros. ¡Pobre Johnson! ¿Nunca miró las marejadas de vida humana que amaba tanto? ¿No se miró siquiera a sí mismo? Johnson era un fantasma, un fantasma auténtico; un millón de fantasmas lo co­deaba en las calles de Londres. Borremos la ilusión del Tiempo, compendiemos los sesenta años en tres minutos, ¿qué otra cosa era Johnson, qué otra cosa somos nos­otros? ¿Acaso no somos espíritus que han tomado un cuerpo, una apariencia, y que luego se disuelven en aire y en invisibilidad?

De Sartor Resartus (1834), de Thomas Carlyle


EL GESTO DE LA MUERTE
Un joven jardinero persa dice a su príncipe:
—¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahan.
El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:
—Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
—No fue un gesto de amenaza —le responde— sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahan esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahan.

Jean Cocteau.



GLOTONERÍA MÍSTICA
A orillas de un río, un monje tibetano se encontró con un pescador que cocía en una marmita una sopa de pescados. El monje, sin decir palabra, se bebió la mar­mita de sopa hirviendo. El pescador le reprochó su glo­tonería. El monje entró en el agua y orinó: Salieron los peces que había comido y se fueron nadando.

De Parmi les Mystiques et les Magiciens du Tibet (1929), de Alexandra David-Neel.

lunes, 23 de abril de 2007

Tres relatos de fantasmas

Extraídos de la Antología de la Literatura Fantástica (Borges-Bioy Casares-Ocampo)


DEFINICIÓN DE FANTASMA
¿Qué es un fantasma? preguntó Stephen. Un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable, por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres.
Del Ulysses (1921), de James Joyce.



UN CREYENTE
Al caer de la tarde, dos desconocidos se encuentran en los oscuros corredores de una galería de cuadros. Con un ligero escalofrío, uno de ellos dijo:
—Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas?
—Yo no —respondió el otro— ¿Y usted?
—Yo sí —dijo el primero y desapareció.
George Loring Frost: Memorabilia (1923).


FINAL PARA UN CUENTO FANTÁSTICO
—¡Qué extraño! —dijo la muchacha, avanzando cau­telosamente—. ¡Qué puerta más pesada! —La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.
—¡Dios mío! —dijo el hombre—. Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡Cómo, nos ha encerrado a los dos!
—A los dos no. A uno solo —dijo la muchacha.
Pasó a través de la puerta y desapareció.
I. A. Ireland: Visitations (1919)

jueves, 19 de abril de 2007

Dos poemas


De Jorge Luis Borges


LOS ENIGMAS

Yo que soy el que ahora está cantando
Seré mañana el misterioso, el muerto,
El morador de un mágico y desierto
Orbe sin antes ni después ni cuándo.
Así afirma la mística. Me creo
Indigno del Infierno o de la Gloria,
Pero nada predigo. Nuestra historia
cambia como las formas de Proteo.
¿Qué errante laberinto, qué blancura
ciega de resplandor será mi suerte,
cuando me entregue el fin de esta aventura
la curiosa experiencia de la muerte?
Quiero beber su cristalino Olvido,
Ser para siempre; pero no haber sido.

(De El otro, el mismo)


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EL SUEÑO

Si el sueño fuera (como dicen) una
Tregua, un puro reposo de la mente,
¿Por qué, si te despiertan bruscamente,
Sientes que te han robado una fortuna?
¿Por qué es tan triste madrugar? La hora
Nos despoja de un don inconcebible,
Tan íntimo que sólo es traducible
En un sopor que la vigilia dora
De sueños, que bien pueden ser reflejos
Truncos de los tesoros de la sombra,
De un orbe intemporal que no se nombra
Y que el día deforma en sus espejos.
¿Quien serás esta noche en el oscuro
Sueño, del otro lado de su muro?

(De El otro, el mismo)

jueves, 12 de abril de 2007

Una metáfora


Las cosas bellas tienen esa particular cualidad de mejorar con el discurrir del tiempo. Yo mismo lo he comprobado, mediante la experiencia visual. He visto una rosa muy particular.

Si hay un objeto que se presta a la absorción constante de símbolos, ese es la rosa. Respresenta tanto al amor, como al dolor; tanto al éxito y el fracaso; tanto a la vida, como a la muerte. Como dice Umberto Eco: « (…) la rosa es una figura simbólica tan densa que, por tener tantos significados, ya casi los ha perdido todos». La flor encierra en sí misma un halo metafísico que pareciera aumentarle el grado de belleza. Y mi revelación surgió cuando pude seguir el hilo de la vida de una rosa. En efecto, en el jardín de mi casa se yergue, estoica, una flor de este tipo y he podido ver como, con cada día que pasa, la rosa se va marchitando muy levemente, va perdiendo su color rojo sangre para dar lugar a una tonalidad mucho más oscura, más cardenal, más mortuoria. La flor está muriendo, sin dudas, está por finalizar su ciclo predeterminado pero paradójicamente, y pese a que pierde su lozanía, la rosa es cada vez más bella. Lo he traducido como una interesante metáfora del paso del tiempo.

Teosofía

A Mitxu, que me incita a estas cosas…

El misterio de Dios es uno de los más herméticos a los que haya dado lugar la humanidad. Nada hay que intrigue más a las personas que la posibilidad de existencia (o no) de un ente todopoderoso, omnisciente y eterno.
Por milenios, filósofos y teólogos han tratado de dar forma a un pensamiento teosófico, han tratado de explicar la naturaleza de Dios, ya sea desde planos místicos o racionales. Para la primera opción se necesita ser un “elegido”, el sujeto a quien el “dios” ha seleccionado para revelarse ante la humanidad (ejemplos consagrados son Noé, Moisés, Jesucristo y Mahoma). Para aquellos que, como nosotros, no han sido tocados por la vara de la revelación, sólo nos queda la vía de la deducción.
Primero, comencemos por admitir (al menos por un momento) una proposición arbitraria: Dios existe. Si no aceptamos ello, cualquier disquisición teórica sería gratuita y, lo que es peor, ociosa.
Ahora bien, el principal atributo de Dios es, según la tradición judeocristiana, su perfección. Dios es perfecto en todo sentido. El ser humano, por otra parte, tiene la propiedad de ser perfectible (es decir, de aspirar a estadios mayores de perfección), pero no la de ser perfecto. Es, paradójicamente, esta característica la que no nos permite alcanzar a Dios, la que no nos permite llegar a un conocimiento del ente. Dios es incognoscible a fuerza de ser perfecto, porque la mente humana no puede aprehender el concepto de perfección en todo su espectro, en su absolutidad. Y así, como no podemos contemplar conceptos abstractos como el infinito, tampoco podemos contemplar a Dios. La esencia divina se halla en un plano de cognoscibilidad suprasensorial. Precisamente por ello, Dios nunca se ha presentado de manera directa: a Moisés, verbigracia, se le reveló en la forma de una zarza en llamas, y que sin embargo «no se consumía» (Éxodo, 3:2). Ni siquiera el Nombre de Dios – Yahvéh – nos aclara las cosas, porque es un arcano indescifrable: “Dijo Dios a Moisés: «Yo Soy el que Soy»” (Ego sum qui sum, Éxodo; 3:14). A Noé, con quién Dios estableció la primera alianza, le llegó solamente a voz de Yahvéh, desde los cielos: «Dios miró a la tierra, y he aquí que estaba viciada, porque toda carne tenía una conducta viciosa sobre la tierra. Dijo, pues, Dios a Noé: He decidido acabar con toda carne, porque la tierra está llena de violencias por culpa de ellos. Por eso, he aquí que voy a exterminarlos de la tierra.» (Génesis 6; 12-13).
Por el mismo motivo, no abundan las obras pictográficas en las que se represente a Dios (el Islam, de hecho, prohíbe cualquier representación de personajes religiosos), a excepción de La creación, el fresco monumental que Miguel Ángel pintó en la bóveda de la Capilla Sixtina.Por tales razones, Dios seguirá siendo un misterio.
Y quien sabe, tal vez allí, en esa vacuidad en la que estamos inmersos resida el verdadero poder de creencia.

martes, 3 de abril de 2007

Un problema

Existe un antiquísimo acertijo que ha dado vueltas por mucho tiempo en el mundo y que reza: «Supón que un árbol cae en un bosque, pero en el bosque no hay nadie ¿Hace ruido el árbol al caer, si no hay nadie para escucharlo?» Tratar de dar una respuesta a este acertijo será la finalidad de este texto.
Comenzaremos por hacer un discernimiento de tipo terminológico. Nadie duda que un árbol al caer, producirá inevitablemente algo, creará una determinada reacción física. A ese algo le llamaremos vibración audible (nótese que el adjetivo audible hace referencia a la «posibilidad de ser oído», es decir que se encuadra dentro de un campo hipotético de posibilidades).
Ahora bien, lo que nos dice el problema en cuestión es si el árbol hace ruido al caer. Podemos traducir la palabra ruido en sonido (ya que el ruido es una forma caótica y desarticulada del sonido). Entonces ¿produce un sonido el árbol cuando impacta contra el suelo? El término sonido, según el Diccionario de la Real Academia Española, se define como: “sensación producida en el órgano del oído por el movimiento vibratorio de los cuerpos, transmitido por un medio elástico, como el aire”. Aquí se halla la respuesta a nuestro problema, porque el sonido es una percepción, y la percepción necesariamente implica a un ente receptor (en este caso estamos hablando de seres humanos). Ergo, el sonido (para ser sonido) necesita, por su propia esencia, de un receptor, es decir, de una persona que pueda captarlo e interpretarlo como tal. Si no es así, dicho sonido se quedaría en el estadio de vibración audible. Sólo en contacto con órganos receptores la vibración audible se transforma en sonido propiamente dicho.
Por ende, si no hay nadie (y pese a que nos estamos refiriendo a personas, también deben incluirse animales) en el bosque, la vibración audible nunca podrá llegar a ser un sonido; y el árbol al caer no produce ningún ruido.