miércoles, 14 de noviembre de 2007

El criterio del lobo (2da Parte)

El ritual

I
Todavía falta para que llegue hasta él, pero ¿y si se dirige hacia otro lado? ¿Cómo saberlo? ¿Cómo estar seguro de que irá precisamente hacia la oscura figura agazapada en la negrura infinita del callejón? Él no puede saberlo con exactitud, y sin embargo lo sabe, porque siempre está el instinto: el instinto dicta lo que debe hacerse, el instinto traza las sólidas líneas del destino con una profundidad inexorable, no hay otra cosa que el instinto para alguien cómo él, alguien que es bestia y hombre al mismo tiempo, bestia y hombre encerrados en un mismo lugar, la bestia y el hombre conviviendo en el virtual espacio de una mente. El frío de la noche lacera.
…ven, vamos, ven. Sé que lo harás, sé una buena chica y ven aquí, donde yo podré purificarte, donde yo podré hendirte de purificación. Lo he hecho antes y lo haré contigo ahora. Eso es definitivo. Porque he clavado mis ojos en ti. La muchacha sigue caminando, cada paso marca una aproximación hacia instancias poco precisas, que de tan poco precisas se desfiguran en una nebulosa de incertezas; aunque hay una sola cosa, una cosa que no será modificada, una cosa que es ineludible en el mapa del destino, esa cosa será un hecho de sangre, esa cosa será el horror.

II
Lo estás haciendo muy bien, pequeña. Sigue acercándote. Vamos. Hazlo. Siempre todas lo han hecho. Siempre todas han acatado los rojos designios. Pero ¿a quién le hablo? ¿Le hablo a la escultural mujer que camina hacia mí? ¿Le hablo al par de hermosas piernas de la escultural mujer que camina hacia mí? ¿O le hablo a todas las anteriores? Y si efectivamente lo hago ¿Por qué lo hago? ¿Por qué me persiguen las sombras de las santas sacrificadas? ¿Miedo? ¿Es el miedo? ¿O es algo mucho peor? ¿Acaso el remordimiento? ¿Será el remordimiento? Imposible: en mí NO EXISTE el remordimiento, porque un animal (aunque sea un animal racional, como dijo alguien que ya no recuerdo) no puede sentir remordimiento por algo que me salvará la vida. El fiero león no siente remordimiento al matar a la inocente gacela, porque esa gacela representa la vida, la continuidad de la especie. La supervivencia justifica todo, porque la supervivencia se justifica a sí misma, se explica a sí misma. Pero busco razones arbitrarias donde posiblemente no las hay, es mejor seguir observando y esperando al instante medular… Siente el latido agudo de su corazón agolparse dentro de su cuerpo, astillando su interior con golpes repetitivos e inclusos armoniosos, siente asimismo la sangre corrompida que circula sin cesar por cada conducto venoso, esa sangre que ha bebido a otras sangres y se ha infectado de placer con otras sangres, la sangre que le quema como fuego líquido en cada ínfimo lugar, la sangre como fuego que lo excita a llevar a cabo su acción, la sangre que matará a la sangre.

La muchacha sigue avanzando, y cada vez está más cerca, cada uno de sus pasos es un latido del corazón de él, cada paso es la muerte, cada paso es la rígida sucesión de acciones que no puede evitarse, cada vez su futuro se marca más en negras manchas de sangre, manchas negras que son su sangre, esa sangre que será matada por otra sangre. La noche ha sido prefijada desde hace mucho, la luna brilla con todo su esplendor de plata turbia, la noche ha sido prefijado por la luna: ella, a su vez, activa el instinto. Noche, luna, instinto: tres vértices para un triángulo de bestialidad y muerte. Triángulo cuyo centro es uno solo: la solitaria figura agazapada en el brumoso rincón de un callejón que es una garganta oscura e infinita. Es hora…


III
…la noche, la luna, el frío, las calles solitarias, los dilatados edificios, las altas horas nocturnas, el patético trabajo, el cabello azotado por el viento, la oscuridad que perturba los pensamientos, otra vez el frío, la cuidad vacía sin cientos de personas que enajenadamente circulen por sus arterias de piedra, las pocas luces encendidas en las miles de ventanas, los faroles desganados de las aceras que parecen insultar con la opacidad de su luz, la respiración, la otra respiración, la súbita presión, la presión inesperada de una mano extraña, la presión de una mano extraña sobre su boca, la presión de una mano extraña sobre su boca que sofoca cualquier intento de pedir auxilio, la anulación de la racionalidad, el terror, el repulsivo vaho tibio de la otra respiración que cubre las orejas del frío lacerante de la noche, el brazo desconocido que se anuda a su cintura, la fuerza que inmoviliza, la fuerza que inmoviliza y a su vez la arrastra hacia la negra boca de un callejón que la tragará infinitamente hacia su tráquea de horror…

…No, no, por favor, no, no, no, por favor, NO…

Al abrigo de la luna, que como un albornoz distante los protege, caen ambos en el duro piso del callejón, la faena no tardará en llevarse a cabo. Las manos ágiles procuran cumplir con su cometido, pero antes debe realizarse la purificación. Rápidos, los dedos no vacilan en desprender y quitar el ajustado pantalón de la muchacha, recorren la vasta geografía de las bellísimas piernas con perversa suavidad, luego quitan la sedosa ropa interior para liberar la nívea piel y dejarla frágil, ante el roce excesivo del cuerpo extraño, porfavornoquieroqueestoocurraprefieromorirmeprefieromorirme, tranquila dulce princesa, lo mejor está por llegar, y luego sí, el momento terrible, el momento que no es momento, el momento en que la purificación comienza con una puñalada en ese punto inferior en el que se conjugan ahora el placer y el horror, y el comienzo de los movimientos rítmicos y sincrónicos, la sinusoide oscilación, porfavorqueestoacabeya, y el placer y el horror unidos por un punto en común, el horror como forma de placer y el placer como forma del horror, vamos, no es tan malo, es como un juego, y la férrea mano que no se desplaza de la tierna boca de la muchacha, y la boca de la muchacha que insiste en gritar vanamente, porque cada grito es ahogado por la noche, y la presión horrenda sobre el vientre, y el acto pretérito que no acaba y parece extenderse hasta una eternidad infernal e insoportable, ese acto que ella tantas veces había ejecutado y que de pronto se tornó malévolo, y la lengua viscosa de él saboreando las mejillas de ella, y el gusto lacrimal que él siente, porque ella ha soltado el llanto, con sus pequeños regueros de cristalinas lágrimas corriendo por el rostro, y el hilo de saliva espesa que fluye desde la boca lobuna, y los ojos diamantinos de él fijos en los de ella, porque desea verla humillada, porfavornoporfavornoporquéporqué, esos ojos que fijaron el sacrificio, los ojos que brillaban con el reflejo especular de la luna, ojos que eran ventanas hacia el mundo del horror, la humillación, la vejación, el miedo, la nada… ya ha sido hecho, has sido purificada, dulce princesa, ahora es tiempo de concretar mi destino, y sin saber cómo, ella siente de pronto que las manos de él la liberan, hasta con suavidad podría decirse, y la repentina sensación de que eso ha acabado, de que ha sido algo indescriptiblemente horrendo, pero que ya ha acabado, es la luz al final del túnel, la luz prístina y enceguecedora de la vidriosa y breve felicidad que se apaga paulatinamente al sentir ella ahora las garras sobre su cuello, y la presión, la presión definitiva que va in crescendo con desmedida perversidad, ohnosantoDiosporfavorqueestoacabeyanolosoporto, y luego: la falta de aire, la imposibilidad de insuflar los pulmones, el vacío interno, los espasmos involuntarios, la nubosidad que comienza a aparecer en los ojos, esa nubosidad en principio gris y que luego se torna cada vez más blanca, blanca hasta tornarse intolerable, blanca hasta brillar con la refulgencia del sol, blanca hasta incinerar las pupilas y cubrirlas de una tela negra que la proyecta hasta el comienzo de la otra vida.

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