martes, 20 de noviembre de 2007

El criterio del lobo (Final)

El epílogo púrpura

I
El Jefe Huyk caminaba intranquilo hacia la escena del crimen, los primero datos de los testigo parecían confirmar… la situación se estaba tornando ya una especie de pesadilla urbana, trascendía la mera catalogación de asesinatos en serie. Y todo caía sobre las maltratadas espaldas de Huyk, cómo es posible que usted no pueda resolver los casos, ya son más de… usted, Huyk, es una vergüenza para el cuerpo policial, si no hace algo le juro que… Pero ¿qué podía hacer el pobre de Huyk? Las circunstancias se le escapaban de las manos, eran como arena que se colaba por sus impotentes dedos, como arena que marcaba un plazo fijado, un reloj de arena que marcaba un tiempo específico, y que cada día se diluía más.

De pronto, esa barrera blanda de infranqueable amarillo y sólido negro se apareció frente a él. Momento de la verdad. Momento de ver la cruda realidad sin filtros, sin los espejos deformantes de la tranquilidad, sin velos optimistas: la realidad era una gran mancha de sangre, una gran mancha de sangre en el piso de un callejón que era como una garganta infinita.
– ¿Y bien? ¿Ha sido él? – preguntó Huyk al sargento Kustov. Los ojos del sargento, como dos piedras grises talladas por el agua, dos piedras grises que destilaban sequedad, miraron con cierta lástima al Jefe Huyk. Otra complicación más.
– Sin duda, Jefe. Todos los patrones se han repetido de manera exacta.
Todos los patrones. Huyk los conocía a la perfección, pero quiso recordarlos, deseó recordarlos, porque tallarían en su conciencia las injurias que él había recibido por no resolver los crímenes. Recordar los patrones le serviría como una suerte de flagelación moral, una dolorosa y crispada flagelación moral a cargo del látigo criminal.
– Bien, Jefe. Todo concuerda hasta en el más ínfimo de los detalles. La víctima, joven blanca, de entre 20 y 30 años, de buen cuerpo. Una verdadera belleza, aquí entre nos. El modus operandi es siempre el mismo: escoge algún lugar oscuro y donde nadie pueda verlo a simple vista. Como usted bien puede observar, este callejón es perfecto. Espera a que su víctima pase (probablemente está esperando durante horas), y luego la atrapa. Encontramos pronunciadas marcas en la boca: se las tapa con su mano izquierda, fuertemente para que no puedan gritar. Luego las arrastra hasta lo profundo de su “cueva”, para violarlas. Esta también fue violada, por cierto -Huyk bajó la mirada y se pasó la mano izquierda por los ojos, masajeándose luego las sienes – y, según los primeros informes, con un grado elevado de violencia. Esta es la única variación que hallamos. Tal vez le gustó demasiado -una mueca entre pervertida y graciosa se escapó del rictus de Kustov, pero después, comprendiendo lo frágil de la situación, demudó hacia la seriedad- y luego lo de siempre: la asesinó mediante la estrangulación. Además claro, de los pormenores macabros a los que nos tiene acostumbrados: el cuerpo presenta repetidas laceraciones en brazos, vientre y piernas, sobre todo en los muslos y glúteos. Y sí, antes de que lo pregunte, efectivamente responden a profundas mordidas, producidas sin dudas con saña y fiereza. Es como un animal. El seno izquierdo está hecho jirones. Y debería ver usted…
– Suficiente, Kustov. Lo que tenga que ver lo veré en su momento. A propósito, olvidó usted un dato sumamente importante: el patrón temporal.
– ¡Oh! ¡Pero claro! ¡Qué estúpido he sido! Pero no se preocupe: también concuerda. Parece que nuestro Lobo no comete errores cronológicos. La madrugada de hoy fue la primera noche de luna llena.
Entonces, qué duda quedaba ya. La luna era el factor fundamental en la serie de crímenes: cada mes, cuando se la podía ver completa, un cadáver estaría esperando en algún lado de la cuidad.

II
El Jefe Huyk miró en derredor. Los oficiales iban y venían, como hormigas vestidas de azul, caminaban presurosamente, fastidiosamente. Un fotógrafo ejecutaba tomas de la escena del crimen, y cada fogonazo del flash activaba en Huyk recuerdos poco agradables, recuerdos fragmentados de color ocre, un ocre muy cercano al color de la muerte, un ocre que parecía infringir con fuerza las barreras de la racionalidad, y en ese momento el Jefe Huyk deseó estar enterrado, deseó hallarse en la paz de la tumba para que todos esos recuerdos que zumbaban dentro de su mente con vibraciones ocres y ahora también negras y blancas, lo dejaran tranquilo, aunque sea sólo un momento; pero es que había visto ya tantos rostros de jóvenes muchachas, todas ellas bellas en grado sumo, cuya vida había sido truncada por un sádico sujeto que salía en noches de luna llena como un licántropo, como un imaginario hombre lobo (no por casualidad lo habían denominado “El Lobo”), como un cazador solitario en medio de una selva hecha de cemento y hierro, como un ser bestial que preparaba sus crímenes acaso para constituir una leyenda. Se sintió fatigado por la potencia hostigadora de sus pensamientos.

A pocos metros de él, la macha de sangre que constituía la realidad, la cruda e inextricable realidad, la mancha de sangre que le recordaba a todas las bellas muchachas cuya vida había visto truncada por un sádico, la sangre que fue matada por otra sangre, otra sangre maldita y corrompida, esa sangre acaso inocente se consolidaba ahora en un suave colchón viscoso, de coloración púrpura, con círculos negros en uno y otro lado. Círculos que parecían revelar el pecado del asesino. Círculos que no hacían otra cosa que representar la infinita sucesión de crímenes (a Huyk le parecía infinita, en efecto). Círculos que simbolizaban la cíclica repetición de las muertes. Dónde estarás, perro asesino, dónde estarás…tan sólo comete un error, UN SOLO error y te tendré en mis manos, pero claro, es muy probable que eso no suceda, porque eres un depredador solitario, y los depredadores no se permiten cometer errores, aunque quien sabe… he visto a muchos leones sufrir por la pérdida de pequeñas gacelas, humillados en sus reinos de pasto y sol ardiente…

El silencio es un excelente amigo… el silencio y la soledad…el silencio y la soledad que durarán un mes, hasta que vuelva mi ciclo…hasta que sea hora de…

Tres pasos. Esa fue la cantidad precisa que el Jefe Huyk necesitó para alejarse de la alfombrada superficie sanguinolenta que se dilataba delante de él, como un breve lago hecho de dolor. Miró hacia el cielo, límpido y esplendoroso pese a la turbiedad del ambiente urbano, miró ese cielo perfecto compuesto por la transparente materia de la irrealidad, respiró el aire espeso que le llenó los pulmones de melancolía y, mirando el cielo perfecto e irreal, vio en él una sucesiva serie de rostros muertos, instantáneas mortuorias de víctimas en las que aún hoy perduraba la humillación, rostros sobre los que se levantaba la sombra de la injusticia. Uno, dos, tres, cuatro, infinitos rostros desfilaban en el oceánico azul celestial. Cuánto tiempo más será necesario, cuánto tiempo más…


III
¿Qué secuencia entrelazada de imágenes giraba incesantemente en la mente del Jefe Huyk?
Los rostros de las víctimas, su conciencia profesional, la falibilidad de su trabajo, la justicia, la injusticia, los cuerpos mutilados hasta lo intolerable, un seno hecho jirones, un pequeño lago de sangre, mordidas de lobo, perros carniceros destrozando un cadáver, una gacela, un león, un león persiguiendo mortalmente a una gacela, el frío del aire y el frío de la piel de las occisas, el cielo refulgente que se asemeja a una gran sábana que cubre a todo el mundo, la pistola 9mm en su cintura, la posibilidad de sacar esa pistola y de apuntarla hacia un desquiciado que asesina muchachas en cada luna llena, la (¿certera? ¿humillante? ¿dolorosa? ¿frágil? ¿falaz?) posibilidad de que nunca encontrase al Lobo, los ojos inexpresivos del sargento Kustov, al que no parecía importarle en absoluto las muertes de jóvenes inocentes, los círculos negros formados por la coagulación de la sangre, la certeza absoluta de que esa sangre fue matada por otra sangre, la incerteza de qué sangre sería la que mató a la sangre que se coagulaba sobre el piso de un callejón oscuro y sucio…

¿Qué tiempo duró esa cadena de imágenes?
Unos vertiginosos siete segundos, que fueron como una vorágine hecha de virtualidades inconscientes, proyectada hacia el abismo acaso infinito de las circunvoluciones mentales.

¿Qué es lo que preocupaba al Jefe Huyk en grado sumo?
La posibilidad de jamás encontrar al asesino que lo mantenía en un jaque constante (una reina bien utilizada contra mil peones incoordinados sigue teniendo ventaja) desde hace ya no sabía cuánto tiempo.

¿Qué lo atemorizaba?
El hecho de que podía perder la partida, pues el sólo tenía mil peones pésimamente utilizados contra una reina que eclipsaba cualquier intento de ventaja ofensiva.

¿Tenía algún plan para atrapar al asesino?
No. Pero recordó de pronto al león y a la gacela. Lo único que sabía ahora era que a todo cazador se le puede presentar una carnada. En términos ajedrecísticos, el problema puede plantearse como la construcción de una celada.

¿Qué ventajas tenía con respecto al Lobo?
Muestras de imbatible ADN, la logística necesaria para poner en marcha un plan de acción, la certeza de que al Lobo le gustaban las muchachas imponentes y de que volvería a atacar. Y mil peones que podía organizar y utilizar mejor.

¿Serviría todo eso?
Tal vez sí. Tal vez no. Los arcanos de los hados son inescrutables.

IV
El Jefe Huyk volvió su mirada al mundo real, alejándose de la protección fugible del cielo y escrutó el contexto que lo circunscribía a una escena de muerte. Divisó al sargento Kustov y lo llamó con un grito de grave sonoridad. Kustov se acercó a él y se puso a sus órdenes.
– Kustov, creo que podemos llegar a esbozar un plan para atrapar a nuestro Lobo. Se me ha ocurrido algo.
– Dígame que tiene en mente, Jefe. Lo apoyaré en todo lo que usted quiera.
Kustov miró a Huyk. Huyk calló de repente. El silencio fue monótono y como distante.
– Hay que ponerle una trampa – dijo Huyk, severo.
– Ya veo. Creo que sé perfectamente qué es lo que está pensando, Jefe. – Los ojos de Kustov brillaron opacamente. Huyk suspiró largamente, y con el poco aire que le quedaba dijo:
– Habrá que planificarlo todo muy bien. El Lobo parece sumamente hábil (perro asesino, me has ganado en varias oportunidades, pero esta vez…)
– Claro que sí, Jefe. ¿Quiere que reunamos a todo el cuerpo de oficiales?
– Inmediatamente – dijo Huyk sin vacilar – El tiempo nos apremia. Tan sólo tenemos un mes.
– ¿Cree usted que funcionará?
– No lo sé, Kustov. Lo único que sé es que esta vez tenemos una oportunidad. Esta vez -Huyk cerró los ojos por un instante- será la débil gacela la que atrape al fiero león.

***

1 comentario:

__m__ dijo...

ahora no dispongo de mucho tiempo, pero ten por seguro que leere todas y cada una de sus partes lo antes posible.


muchos muks desde españa!!!!