martes, 13 de noviembre de 2007

El criterio del lobo (Relato propio- 1ra Parte)

El prefacio
I
Se lo ve difuso, hundido en un brumoso rincón oscuro, al abrigo de la noche. Los ojos, como dos diamantes reflectantes, brillan con la vehemencia de la luna, que a su vez se yergue en lo alto de la esfera nocturnal. El disco selenita lo conduce con su completud, rige su destino con el tesón de un verdugo: cada ciclo es un proceso que conduce hacia el vaciamiento, hacia la ruptura de los sentidos, hacia la negación de la esencia humana. Pero su mitología es implacable, lleva en su sangre la metáfora de la maldad y la perversión; aunque eso ya no le importa, hace frío, la oscuridad parece no cubrirme, pero lo importante es la paciencia. No hay nada que no ocurra si uno tiene la suficiente convicción de esperar. Esperar es la clave. Esperar hasta que la presa se mueva, salga de su cueva de cemento, esas cuevas que niegan el principio del escondite y se elevan hasta el cielo. Esperar…esperar…

El callejón parece una garganta infinita, que conduce hacia ningún lugar. Él está quieto, imperceptiblemente quieto, tan quieto que parece no estar allí, tan quieto como una piedra, quieto como un inerte cadáver, sumamente quieto, está quieto hasta detener el propio tiempo. QUIETO.
No mueve un solo músculo. Ni uno de esos fuertes y malditos músculos, músculos que no son otra cosa que odio y furia. Afuera de su realidad, afuera de ese contexto de inmovilidad y espera paciente que lo convierte en una montaña orgánica, la ciudad se mueve con frenética lentitud, esa muchacha parece apetecible, es hermosa, tan sólo su cabello es de oro…sería una lástima… pero no. En mí NO EXISTE la lástima: soy un animal, y como tal debo responder a mis instintos. El instinto es la vía de la supervivencia, la supervivencia justifica el instinto. Soy un animal, pero… ¿lo animales razonan como yo lo hago? ¿Razonan los animales? ¿Piensan los animales? ¿Sienten, perciben, reciben la amalgama de sensaciones que este mundo provee? No recuerdo quién lo dijo, pero el hombre es también un animal: un animal racional. La muchacha ya se ha ido. He perdido una oportunidad, pero pensándolo bien (¿piensan, sienten los animales?) no era conveniente: necesito algo más… suculento. He hecho bien en dejarla ir.
En su universo de quietud, los pensamientos se encadenan la con la velocidad de lo inefable: su naturaleza es un castigo ¿Es un castigo? Sólo él lo sabe ¿Lo sabe? ¿Lo sabe en realidad? ¿Sabe acaso que él es eso? ¿Sabe que la metamorfosis lo convierte en eso? ¿O vive en una ignorancia abismal, tan insondable como los inicios de su condición? Hay demasiadas preguntas y demasiadas pocas respuestas. El misterio es simplemente eso: preguntas que carecen de contestación. Su vida es un continuo misterio, un misterio negro, putrefacto a fuerza del pecado, un misterio negro y putrefacto que lacera el espíritu, un misterio negro y putrefacto que lacera el espíritu con el ardor punitivo de una infección, la infección moral que lo carcome con días y noches y meses y lunas y muertes.
…nada más que silencio, el silencio perpetuo de una fúnebre convicción: hay que sobrevivir, la supervivencia rige ante todo: instinto y supervivencia ¿Hay alguna diferencia entre esos términos? ¿Hay diferencia entre seguir el instinto de la violencia y sobrevivir? ¿Sobrevivir depende del instinto? Estar tan quieto me obliga a pensar estas cosas, estas cosas que no me alimentan, que no me dan calor: cosas que no me alimentan ni me dan calor, ¿Sirven para algo entonces? ¿Sirven para sobrevivir? Le es imposible responder, porque una pregunta genera una respuesta, y la respuesta genera otra pregunta, y esa pregunta genera otra respuesta que a su vez genera otra pregunta más, y las preguntas y respuestas se eslabonan ipso facto en una dialéctica circular tan vasta que roza lo infinito, el círculo de preguntas y respuestas se agranda cada vez más, no tiene comienzo ni tampoco fin. Y mientras se generan más preguntas y más respuestas el tiempo perceptible se quiebra en pedazos dentro de su mente, como astillas invisibles que rasgan, lastiman, desgarran el pensamiento. La eternidad es insoportable.

II
¿Cuántas noches deberán pasar hasta que la sed de sangre se sacie de una vez y para siempre? ¿Cuántas noches deberán transcurrir en el camino de la soledad para que la sed, la terrible sed, esa sed que no perdona, la sed que conduce por senderos inextricables hacia el pecado mayor, la sed que nunca se acaba por fin se acabe?

III
De pronto, en la noche vaporosa y de frío sofocante, la ve venir. Es alta, de buena complexión, con un rostro de Venus que bordea la perfección formal. Y las piernas, sobre todo las piernas, esas piernas fornidas pero estéticas y como torneadas por el más hábil de los artesanos, piernas que no son de este mundo, piernas que son el más bello de los alimentos para unos ojos diamantinos que las observan con rigor, con invariable deseo.
Perfecto.
Prepara minuciosamente, dentro de su cosmos de estática quietud, aquella quietud que mantiene desde ya no sabe cuánto, la quietud que lo mortifica y lo entumece, en esa quietud eterna prepara el sangriento plan de acción. Plan que seguirá como tantas veces lo ha hecho, tantas veces…
Perfecto. Simplemente perfecto.

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