jueves, 12 de abril de 2007

Teosofía

A Mitxu, que me incita a estas cosas…

El misterio de Dios es uno de los más herméticos a los que haya dado lugar la humanidad. Nada hay que intrigue más a las personas que la posibilidad de existencia (o no) de un ente todopoderoso, omnisciente y eterno.
Por milenios, filósofos y teólogos han tratado de dar forma a un pensamiento teosófico, han tratado de explicar la naturaleza de Dios, ya sea desde planos místicos o racionales. Para la primera opción se necesita ser un “elegido”, el sujeto a quien el “dios” ha seleccionado para revelarse ante la humanidad (ejemplos consagrados son Noé, Moisés, Jesucristo y Mahoma). Para aquellos que, como nosotros, no han sido tocados por la vara de la revelación, sólo nos queda la vía de la deducción.
Primero, comencemos por admitir (al menos por un momento) una proposición arbitraria: Dios existe. Si no aceptamos ello, cualquier disquisición teórica sería gratuita y, lo que es peor, ociosa.
Ahora bien, el principal atributo de Dios es, según la tradición judeocristiana, su perfección. Dios es perfecto en todo sentido. El ser humano, por otra parte, tiene la propiedad de ser perfectible (es decir, de aspirar a estadios mayores de perfección), pero no la de ser perfecto. Es, paradójicamente, esta característica la que no nos permite alcanzar a Dios, la que no nos permite llegar a un conocimiento del ente. Dios es incognoscible a fuerza de ser perfecto, porque la mente humana no puede aprehender el concepto de perfección en todo su espectro, en su absolutidad. Y así, como no podemos contemplar conceptos abstractos como el infinito, tampoco podemos contemplar a Dios. La esencia divina se halla en un plano de cognoscibilidad suprasensorial. Precisamente por ello, Dios nunca se ha presentado de manera directa: a Moisés, verbigracia, se le reveló en la forma de una zarza en llamas, y que sin embargo «no se consumía» (Éxodo, 3:2). Ni siquiera el Nombre de Dios – Yahvéh – nos aclara las cosas, porque es un arcano indescifrable: “Dijo Dios a Moisés: «Yo Soy el que Soy»” (Ego sum qui sum, Éxodo; 3:14). A Noé, con quién Dios estableció la primera alianza, le llegó solamente a voz de Yahvéh, desde los cielos: «Dios miró a la tierra, y he aquí que estaba viciada, porque toda carne tenía una conducta viciosa sobre la tierra. Dijo, pues, Dios a Noé: He decidido acabar con toda carne, porque la tierra está llena de violencias por culpa de ellos. Por eso, he aquí que voy a exterminarlos de la tierra.» (Génesis 6; 12-13).
Por el mismo motivo, no abundan las obras pictográficas en las que se represente a Dios (el Islam, de hecho, prohíbe cualquier representación de personajes religiosos), a excepción de La creación, el fresco monumental que Miguel Ángel pintó en la bóveda de la Capilla Sixtina.Por tales razones, Dios seguirá siendo un misterio.
Y quien sabe, tal vez allí, en esa vacuidad en la que estamos inmersos resida el verdadero poder de creencia.

3 comentarios:

__m__ dijo...

Interesante desarrollo amigo zero, aunque la solución de la fe siempre es el recoveco de la ignorancia segun mi parecer....


Algo que no es demostrable que existe, es que no existe.


;)

Zer0 dijo...

Tienes toda la razón. Pero es que la fe no es demostrable empíricamente. Se cree o no se cree, más allá de que lo creído exista o no

__m__ dijo...

tambien es cierto, por lo tanto, tener fe es confiar en algo que ni sabes que existe pero que tampoco te importa, porque como su nombre indica, fe, es que no puedes cerciorarte de que ello existe....y si aun asi la tienes.... jajajaja que me he rallado yo sola!!!!